Trotsky, Walsh, la burocracia, los peronistas (y algo para los intelectuales K)
En uno de sus últimos post Manolo Bargue, a propósito del asesinato de Mariano Ferreyra a manos de un patotero miembro o contratado por la burocracia de la UF, discute con la política sindical de los trotskistas. Hay que reconocer que por lo menos lee y cita a Trotsky, va a las fuentes, a diferencia de otros, como MEC, que habla de acuerdo a las “percepciones” que tuvo cuando escuchó cinco minutos una asamblea de sociales y le pareció que los “troskos están locos” y es mejor escuchar a Sandra Russo haciendo poesía sobre las bondades del kirchnerismo (http://artepolitica.com/articulos/yo-no-quiero-volverme-tan-trosko/) . Sin embargo MB, en un acto que hace honor al nombre de su blog, hace una lectura burdamente recortada de los textos de LT sobre los sindicatos y no por casualidad omite unos párrafos importantes dentro de los mismos que cita. Aunque el post habla de muchas cuestiones, su tesis en relación a la cuestión sindical, es que la política trotskista hacia los sindicatos se explica por una especie “teoría de los dos demonios” pero sindical, donde los trotskistas somos “enemigos secundarios” y consciente o inconscientemente “compañeros de ruta” de lo que llama burguesía monopolista y explotadora en el objetivo de debilitar a los sindicatos peronistas que serían la última trinchera de resistencia del movimiento obrero. Esto se basaría en la lucha que los trotskistas damos contra las direcciones reformistas, entonces, y acá está el punto mas débil del argumento, esta lucha contra el reformismo se iguala a la lucha contra los sindicatos mismos. Por lo tanto el combate contra los burócratas sindicales peronistas, que son nuestros reformistas criollos y no hablamos solo de la CTA (y sus laderos los chinos) que son más “socialdemócratas”, sino de la inmensa mayoría de los dirigentes de la CGT, unos reformistas un tanto “sui generis”, menos “políticamente correctos” que los socialdemócratas europeos o los laboristas ingleses, a veces un poco “fachos”, pero reformistas al fin, sería en realidad un combate “contra los sindicatos”. Pero veamos un poco el conjunto de la verdadera política trotskista hacia los sindicatos (no la versión “ultra” que presenta MB) y después quiénes verdaderamente debilitan a los sindicatos.
Primero los párrafos del texto de Trotsky que omite:
En la lucha por las reivindicaciones parciales y transicionales, los obreros necesitan más que nunca organizaciones de masas, fundamentalmente sindicatos. El poderoso auge del sindicalismo en Francia y en los Estados Unidos es la mejor refutación de la prédica de los doctrinarios ultraizquiedistas que decían que los sindicatos estaban “perimidos”.
Los bolcheviques leninistas están en primera fila en todo tipo de lucha, incluso cuando se refiere a los más modestos intereses materiales o derechos democráticos de la clase obrera. Toman parte activamente en los sindicatos de masas con el objeto de fortalecerlos y de acrecentar su espíritu militante. Luchan implacablemente contra todo intento de someter los sindicatos al Estado burgués y de maniatar al proletariado con el “arbitraje obligatorio” y demás formas de intervención policial, no solo las fascistas sino también las “democráticas”.
Solamente en base a este trabajo se puede luchar con éxito en el seno de los sindicatos contra la burocracia reformista, incluida la estalinista. El intento sectario de crear o mantener pequeños sindicatos “revolucionarios” como una segunda edición del partido significa de hecho renunciar a la lucha por la dirección de la clase obrera. Hay que plantearse este principio inamovible: el autoaislamiento capitulador de los sindicatos de masas, que equivale a una traición a la revolución, es incompatible con la pertenencia a la Cuarta Internacional.
Y acá algunas líneas mas sobre la unidad sindical:
Cada una de estas organizaciones tiene sus propias tareas y métodos de trabajo, que son independientes dentro de ciertos límites. Para el Partido Comunista todas estas organizaciones son, sobre todo, un campo propicio para la educación revolucionaria de amplios sectores obreros y para el reclutamiento de los obreros más avanzados. Cuanto más amplias masas abarca una organización determinada, mayores son las posibilidades que ofrece a la vanguardia revolucionaria.
Es por esto que, por regla general, no es el ala comunista sino la reformista la que toma la iniciativa de dividir las organizaciones de masas.
Basta con comparar la conducta de los bolcheviques en 1917 con la de los sindicatos ingleses en los últimos años. Los bolcheviques no sólo permanecieron en los mismos sindicatos con los mencheviques, sino que en algunos toleraron una dirección menchevique aun después de la Revolución de Octubre, aunque los bolcheviques tenían una mayoría aplastante en los soviets. En cambio los sindicatos británicos, por iniciativa de los laboristas, no sólo alejan a los comunistas del Partido Laborista sino que también, cuando les es posible, de los sindicatos.
En Francia la división de los sindicatos también fue fruto de la iniciativa de los reformistas, y no es casual que la organización sindical revolucionaria, obligada a actuar en forma independiente, adoptara el nombre de unitaria.
Con esto demostramos que para nosotros la división de la organización sindical no es en ningún caso una cuestión de principios. Todas las objeciones ultraizquierdistas previas que se pueden formular contra la unidad sindical se aplican en primer lugar a la participación de los comunistas en la CGT. Sin embargo, todo revolucionario que no haya perdido contacto con la realidad debe reconocer que la creación de fracciones comunistas en los sindicatos reformistas es una tarea de tremenda importancia. Una de las tareas de esas fracciones debe ser la defensa de la CGTU ante los miembros de los sindicatos reformistas. Esto no se puede lograr más que mostrando que los comunistas no quieren que se dividan los sindicatos sino que, por el contrario, están dispuestos en todo momento a restablecer la unidad sindical.
¿Cómo puede conciliarse entonces una actitud así de nuestra parte hacia las organizaciones proletarias dirigidas por los reformistas con nuestra caracterización del reformismo como ala izquierda de la burguesía imperialista? Esta no es una contradicción formal sino dialéctica, o sea que surge de la propia dinámica de la lucha de clases. Una parte considerable de la clase obrera (en muchos países la mayoría) rechaza nuestra caracterización del reformismo. En otros ni siquiera se ha planteado la cuestión. El problema consiste precisamente en llevar a las masas a conclusiones revolucionarias sobre la base de nuestras experiencias comunes con ellas.
Decimos a los obreros no comunistas o anticomunistas: “Hoy todavía confiáis en los dirigentes reformistas a los que nosotros consideramos traidores. No podemos ni queremos imponeros nuestro punto de vista por la fuerza. Queremos convenceros.
Intentemos entonces luchar juntos y examinemos los métodos y los resultados de esas luchas”. Esto quiere decir: total libertad para formar grupos dentro de los sindicatos unificados en que la disciplina sindical existe para todos.
Intentemos entonces luchar juntos y examinemos los métodos y los resultados de esas luchas”. Esto quiere decir: total libertad para formar grupos dentro de los sindicatos unificados en que la disciplina sindical existe para todos.
Concretamente debe demostrarles a los obreros –una, dos, diez veces si es necesario– que está dispuesto en todo momento a ayudarlos a reconstruir la unidad de las organizaciones sindicales. Y en este aspecto somos fieles a los principios esenciales de la estrategia marxista: la combinación de la lucha por reformas con la lucha por la revolución.
Las únicas condiciones que ponemos son simplemente garantías organizativas de la democracia sindical, en primer lugar la libertad de crítica para la minoría, siempre con la condición de que se someta a la disciplina sindical. No pedimos más, y por nuestra parte no prometemos nada más.
Entonces, con un 40% de los trabajadores en negro (acá ni sueñan con sindicatos, claro que esto no es responsabilidad de los dirigentes sindicales, fue ejem…el neoliberalismo), con solo 12% de establecimientos que cuentan con representación sindical en planta, es decir delegados (bueh… peor sería que no haya ninguno!), con miles de tercerizados, como lo vimos en ferroviarios, pero como hay también en las grandes automotrices (como las de acá de Córdoba, que tienen tercerizada la logística y hasta el abastecimiento de línea, es decir el tipo que traslada las partes y que está en la punta y las coloca en la línea, no está en SMATA, sino en camioneros y obvio no tiene delegados y además cobra bastante menos que el “mecánico” que tiene al lado). Con la inmediata “aplicación del estatuto” a delegados de base que tienen un “punto de vista”, apenas distinto a las sabias palabras del Secretario General, que en general coincide con las sabias palabras del gerente de RRHH. Con todo esto ¿quiénes debilitan a los sindicatos y a la clase obrera y quienes son los “compañeros de ruta”? La burocracia y la burguesía (monopolista y no) son “compañeros de ruta” y los sindicatos existen e incluso se fortalecen “a pesar” de la burocracia peronista que los “defiende a su manera”, si hay crecimiento (2003-2007) rapiñan un poco, pero cuando la cosa se pone fea, si hay que entregar, hay que entregar, aunque sea “todo, para salvar algo”.
Y hay ejemplos como el sindicato ceramista de Neuquén que lleva mas de 9 años de gestión obrera en Zanón y otras fábricas, logró la expropiación y miles de personas defendiendo la fábrica en varias oportunidades, o los compañeros del subte que pelean por su sindicato, pero con su cuerpo de delegados lograron conquistas como las 6hs. y el pase a planta de tercerizados ¿alguien puede decir que esos sindicatos son débiles? Lograron triunfos categóricos que prácticamente ningún sindicalista peronista (incluida la CTA que no gana una lucha ni regalada) puede mostrar y esto sin contar con el aparato.
Pero hubo uno “del palo” que también lo explicó y a propósito de otra masacre de Avellaneda, le explica a MB algunas cosas sobre la burocracia y de paso también les responde a ciertos intelectuales K. que reprochan el “uso” que la prensa puede hacer “contra el movimiento obrero organizado”, de la necesaria denuncia y lucha por el castigo a los culpables del asesinato de Mariano Ferreira.
La publicación de mis notas en CGT mereció algunas objeciones, en particular de ciertos intelectuales vinculados al peronismo. Existía según ellos el peligro de que la denuncia-contra un sector sindical fuese instrumentada por la propaganda del régimen contra todo el movimiento obrero. Se mencionaban precedentes: cinco días después del episodio de Avellaneda, La Prensa había publicado un editorial titulado “Entre Ellos”, que exhalaba ese odio inconfundible, a veces cómico, que profesa contra la clase trabajadora en general. Toda una cadena de editoriales posteriores, entre los que pueden señalarse los del 17 de mayo de 1967 y 20 de marzo de 1968, reflejaron la inquietud del diario ante el estancamiento del proceso judicial y su aparente deseo de que, se llegara a esclarecer la verdad y sancionar a los culpables. Me encontraba pues en peligro de coincidir con La Prensa, cosa grave. Supongo que los hechos ulteriores habrán disipado ese temor. Bastó que esta investigación efectivamente aclarara lo sucedido para que la avidez de justicia de La Prensa se aplacara y el editorialista se dedicase a la lucha contra la garrapata y la vinchuca, o a graves reflexiones sobre “Doce hombres para colocar un foco”, cuando alcanzan trescientos tontos para escribir un diario.
El silencio que rodeó esta campaña prueba que el interés real de ese periodismo era mantener el misterio que borraba las diferencias “entre ellos”. Cuando resultó que “entre ellos” no estaban solamente algunos “dirigentes gremiales adictos a la tiranía depuesta”, sino la policía, los jueces, el régimen entero, el desagradable asunto volvió al archivo.
Quedaba todavía una punta de objeción, que se expresaba así: Vandor, con sus errores y sus culpas, era de todas maneras un dirigente obrero; el tiroteo de La Real, un episodio desgraciado.
Si alguien quiere leer este libro como una simple novela policial, es cosa suya. Yo no creo que un episodio tan complejo como la masacre de Avellaneda ocurra por casualidad. ¿Pudo no suceder? Pero al suceder actuaron todos o casi todos los factores que configuran el vandorismo: la organización gangsteril; el macartismo (“Son trotskistas”); el oportunismo literal que permite eliminar del propio bando al caudillo en ascenso; la negociación de la impunidad en cada uno de los niveles del régimen; el silencio del grupo sólo quebrado por conflictos de intereses; el aprovechamiento del episodio para aplastar a la fracción sindical adversa; y sobre todo la identidad del grupo atacado, compuesto por auténticos militantes de base.
Si alguien quiere leer este libro como una simple novela policial, es cosa suya. Yo no creo que un episodio tan complejo como la masacre de Avellaneda ocurra por casualidad. ¿Pudo no suceder? Pero al suceder actuaron todos o casi todos los factores que configuran el vandorismo: la organización gangsteril; el macartismo (“Son trotskistas”); el oportunismo literal que permite eliminar del propio bando al caudillo en ascenso; la negociación de la impunidad en cada uno de los niveles del régimen; el silencio del grupo sólo quebrado por conflictos de intereses; el aprovechamiento del episodio para aplastar a la fracción sindical adversa; y sobre todo la identidad del grupo atacado, compuesto por auténticos militantes de base.
El asesinato de Blajaquis y Zalazar adquiere entonces una singular coherencia con los despidos de activistas de las fábricas concertados entre la Unión Obrera Metalúrgica y las cámaras empresarias; con la quiniela organizada y los negocios de venta de chatarra que los patrones facilitan a los dirigentes dóciles; con el cierre de empresas pactado mediante la compra de comisiones internas; con las elecciones fraguadas o suspendidas en complicidad con la secretaría de trabajo. El vandorismo aparece así en su luz verdadera de instrumento de la oligarquía en la clase obrera, a la que sólo por candor o mala fe puede afirmarse que representa de algún modo.
Restaba un último argumento: Vandor estaba muerto, no podía ganar siquiera una elección en fábrica, ocuparse de él era agrandarlo. Este reproche ingenuo omitía el punto esencial, a saber, que el poderío de Vandor no dependía ya de las bases obreras, sino del apoyo del gobierno y las cambiantes tácticas de Perón. Sin movilizar a su gremio, sin un solo acto de oposición real, Vandor había recuperado a fines de 1968 toda su influencia, embarcaba a más de cuarenta sindicatos en una campaña de “unidad” y ha vuelto a ser en 1969 el principal obstáculo para una política obrera independiente y combativa.
(Rodolfo Walsh, ¿Quién Mató a Rosendo?. Ediciones de la Flor)
Salvando todas las diferencias, en lo esencial, “parece escrito ayer”, actualizando algunos nombres, siglas, es la misma discusión.
MB cita asiduamente a Walsh y su clásica crítica a la conducción Montonera, pero esto, para él debe ser el “costado menchevique” de RW, por eso no vale la pena.
Para “ciertos intelectuales vinculados al peronismo” (RW dixit), eso de “política obrera independiente y combativa” es una ¿“troskada”? que se le habrá escapado a Walsh…
En esta, por supuesto, nosotros los troskos, estamos mas cerca de RW que muchos de los blogueros y periodistas K que ponen su imagen en sus blog y lo usan para después terminar “bancando” a Moyano, que banca a Pedraza y hasta a los intendentes del conurbano.
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