Progresismo K: la historia (repetida) de una impotencia
Posteamos artículo escrito junto a Juan Dal Maso, para el número 1 de la revista "Ideas de Izquierda".
Luego de 10 años de kirchnerismo en el poder, los sectores que lo apoyan por izquierda confiesan su incapacidad para superar al peronismo tradicional. La revista El Ojo Mocho discute sobre de una impotencia En nuestro país, al “modelo” se le achican los su propia impotencia histórica y sobre su “tragedia” política.
Los debates sobre los diez años de experiencia kirchnerista encontraron en una situación paradojal a los intelectuales que intentan ubicarse en sus llamadas “alas izquierdas”. O a quienes la apoyaron con la ilusión de que se convirtiese en el agente de una “superación” del pejotismo tradicional. Cabe destacar que no es un sector que se caracterice por una gran estabilidad. Pasa de la euforia a la depresión según el sentido de los golpes de efecto del gobierno, últimamente muy pocos hacia la izquierda y la inmensa mayoría hacia la derecha.
Las mutaciones del kirchnerismo y la “astucia de la razón peronista”
Desde el punto de vista de la clase dominante, estos diez años confirmaron la “destreza” mutante del peronismo para salvar al país burgués de las crisis agudas. En los últimos 60 años, el peronismo fue el nunca bien reconocido “fenómeno bendito” del capitalismo argentino, pese las contradicciones que este movimiento tuvo con las clases dominantes. Los costos de esta última empresa de contención y desvío de las jornadas del 2001 fueron escasos y los beneficios como para ser “juntados en pala”, como confesó Cristina Kirchner en uno de esos excepcionales momentos de honestidad.
Las contradicciones económicas, sociales o políticas de los “populismos” latinoamericanos o los llamados gobiernos “posneoliberales” son la mayor confirmación de sus límites. Venezuela con devaluaciones en cadena y una oposición de derecha (“caprilismo”) en ascenso, Bolivia con un gobierno que viene de llevar adelante una cruzada contra el movimiento obrero minero, para defender un sistema noeliberal de jubilaciones.
En nuestro país, al “modelo” se le achican los márgenes entre las tendencias a la devaluación o la opción por el ajuste deflacionista; y mientras tanto, el gobierno aplica un poco de cada cosa (tarifazos, control de importaciones y “desdoblamiento cambiario”, es decir, devaluación encubierta), ese a que en la coyuntura la campaña electoral suspenda las “grandes tareas” planteadas desde el punto de vista burgués.
El espíritu y la moral conformista del momento “populista” en nuestro continente, lo reafirmaba un analista, describiendo los resultados y los “logros” de Brasil, poco antes de que irrumpieran las masivas movilizaciones recientes: “Y, mientras tanto 52 millones de brasileños habrán eludido un futuro cruel y pasando de la humillación de la miseria a la pobreza digna”[1]. A esta altura de la civilización, solo el progresismo posibilista puede darle un carácter “digno” a la pobreza, que es por definición, indigna. Y el mentís se lo dieron las rebeliones que comenzaron contra los tarifazos en las calles de San Pablo, Río de Janeiro y otras ciudades, y que son un síntoma de cierto final del consensualismo y la pasivización lulista.
Esto y nada más describe la definición periodística del “fin de ciclo” que irrita sobremanera a los defensores del kirchnerismo. Ante sus tendencias evidentes, por el agotamiento de las condiciones que permitieron el desarrollo del “modelo” y la crisis de sucesión política; los kirchneristas respondían con la “persistencia”. La discusión no es sobre la persistencia de un gobierno, que es un hecho, sino sobre qué es lo que persiste y, sobre todo, cuáles son sus perspectivas. El marxismo, o por lo menos el nuestro, es un método de análisis y una guía para la acción, no reniega de las contingencias de la política, sino que analiza las condiciones, relaciones de fuerzas y tendencias en las que ésta se desarrolla. “Fin de ciclo” describe las tendencias generales y no sentencia la “caída inevitable”, “catastrófica” y permanente del gobierno.
Y estas contradicciones y “paradojas” las ratifica Nicolás Prividera en el último número doble de El Ojo Mocho y su hipótesis de que el progresismo kirchnerista termine preso de la “astucia de la razón peronista”, como tantas otras fábulas de “trascendencia desde adentro”[2]. En ese diálogo entre el cineasta y los editores de la revista, el pesimismo de un poco de inteligencia se impone al optimismo de una voluntad ilusa. La figura hegeliana de la “astucia de la razón” remite a los sujetos particulares como medios de realización de alguna razón universal, el adjetivo de “peronista” admite que es muy probable que el poder real continúe en las mismas manos de siempre. Y esta metáfora filosófica se emparenta con la “arquitectónica” de la “casa peronista”, que describió el derechista Eduardo Fidanza, donde el piso de abajo es invariable y el piso de arriba se adapta al relato que expresa mejor a los tendencias de moda. Similar a la imagen del “peronismo permanente” y el “peronismo contingente” del que hablaba Juan Carlos Torre, donde la inmutabilidad del primero (del que Duhalde era el paradigma) era la garantía que autorizaba los giros discursivos del segundo.
Cualquiera que observe la geología del poder real en la Argentina debe reconocer el pleno dominio de lo que llamamos la “Triple B”. Y esto en referencia a las policías bravas, con la Bonaerense como modelo, que están igual o levemente empeoradas; los Barones del peronismo, “feudales” (gobernadores) o “mazorqueros” (intendentes) renovados en la inmutabilidad de sus métodos, y finalmente, la Burocracia sindical desplazada, dividida y vuelta a convocar. Esto se debe a que expresa distorsionadamente la relación ambigua con “el enemigo público N°1”: el movimiento obrero, sobre todo cuando tiende a convertirse en sujeto. Todo este continuismo político- estatal es la garantía de otro continuismo esencial, el económico y estructural.
El temor impotente y escéptico de Prividera por una nueva “tragedia” en la que el kirchnerismo tan solo termine siendo una transición hacia la reconstitución del peronismo tradicional, en el peor sentido del término, sigue siendo la disyuntiva política de la hora, más allá de las coyunturas electorales. La perspectiva de convertirse en un “muerto vivo o un avatar dentro del peronismo”, por la vía de la resignación a la sucesión de un Scioli, por la sciolización de Cristina Kirchner o por el resurgir de una figura como la de Sergio Massa, con la que también haya que resignarse a
acordar. Los intentos de construcción de sucesores propios del riñón cristinista se estrellaron de frente con los profundos problemas estructurales irresueltos y agravados que irrumpieron bajo la forma de “crímenes sociales”. Alicia Kirchner con las inundaciones de Buenos Aires y La Plata o Florencio Randazzo con los recurrentes “accidentes” ferroviarios, ambos borrados de un plumazo de las listas del Frente Para la Victoria. Y esto sin hablar de los anteriores intentos de sucesiones fallidas, como Nilda Garré, responsable del espionaje “derecho” y “humano” conocido como “Proyecto X”. Encerrado en estas disyuntivas, el kirchnerismo, que fue parte orgánica del “feudalismo” peronista desde la gobernación de Santa Cruz, hoy alienta el peligroso juego de dividir las lealtades del peronismo y sobre todo el de la provincia de Buenos Aires; abriendo una “caja de pandora” de resolución incierta. Las divisiones del peronismo fueron en la historia de la Argentina contemporánea, condición de posibilidad de crisis nacionales, así como oportunidades para su verdadera superación.
La “pregunta sobre el sujeto” y las paradojas de un “entrismo sui generis”
La pregunta sobre cuál es el sujeto y sus vueltas (tema central de este número El Ojo Mocho) formulada todavía 10 años después, devela una cruda realidad. Lo “conquistado” en este período alcanzó para cierto conformismo, pero no para el desarrollo de una pasión y una nueva militancia. El relato épico se escindió totalmente de la política real. Por eso para mostrar multitudes verdaderas en los festejos de la “década ganada”, recurren al aparato peronista que creció y se afianzó justamente en la “década perdida”. Y a la misma maquinaria recurren para la contienda electoral en puerta. El aparato peronista es el “sujeto” realmente existente, con la única diferencia con respecto a los años neoliberales, de que ahora lo acompaña y lo maquilla una juventud construida desde y para el Estado, con discurso distinto a los jóvenes menemistas o aliancistas, pero con el mismo ímpetu arribista de sus dirigentes.
Y esto de la “astucia de la razón peronista”, habilita una respuesta retrospectiva a los Restos Pampeanos de Horacio González[3]. En el ensayo en cuestión, González hizo su lectura del trotskismo en la tradición nacional, justamente para ubicarlo casi en sus fronteras. Ese trotskismo gonzaliano ridiculizado y “a la carta”, sería el agente de una historia fatalista y en permanente estallido, leída con el marco de una dialéctica salvaje, tosca y poco sensible a las argamasas culturales que Gramsci habría sabido interpretar mejor. Esa externalidad y una razón “instrumental” le dan al “entrismo” el carácter de táctica por antonomasia del trotskismo. La experiencia concreta en la práctica morenista del “entrismo en el peronismo”[4], demostró que favoreció más al entrado que al entrista, al ampliar el universo discursivo (único universo que le interesa a González) del peronismo.
El punto es que pasada una década, González quedó como uno de los más prominentes referentes de los que –como Prividera– soportaron el momento de realpolitik y apostaron a un “entrismo”, esperando el momento de la trascendencia “desde adentro”. Y esto más allá del mismo González y Carta Abierta, muchos de ellos parte del funcionariado o con ansias de serlo. Hasta dónde el kirchnerismo acabará en términos históricos como un momento entre el menemismo (y su continuadora la Alianza) y alguna especie de peronismo “tradicional”, será una cuestión para los futuros historiadores del quehacer nacional. La realidad es que desde hace un tiempo se está llevando adelante la antropofagia y el entrado (el pejotismo) está sacando todas las ventajas del entrista (el progresismo K). Esta maniobra tranfuguista habilita a que un Aníbal Fernández pueda pasar del duhaldismo puro y duro a erigirse en autoridad de un neojauretchismo progre, nacional y popular; y que el menemista liberal Amado Boudou, se convierta en el ejemplo “sacrificial” para la nueva juventud maravillosa. Sufriendo estas paradojas, Horacio González se transformó en un personaje de sí mismo, lo cual no deja de ser un tanto extravagante.
De las contingencias de la política al “determinismo peronista”
Las coordenadas de estos debates se ubican en dos ideas que tienen la fuerza de la costumbre. La primera es que el peronismo es la forma histórica y “natural” de expresión de la clase trabajadora y los sectores populares, constituidos como tales dentro de la alianza de clases formada por aquel, desde el control del aparato estatal. La segunda es que el “peronismo realmente existente” debe ser superado, pero no por una clase trabajadora que adquiera una posición independiente de la ideología del “peronismo histórico”, porque caería peligrosamente en manos de una izquierda que tiene “modelos de guerra”, la lógica del “cuanto peor mejor” y en general está dispuesta a tirar por la borda las conquistas concretas del “populismo” en función de un más que improbable clasismo o “hegemonismo” obrero.
De esta forma, las más sofisticadas elucubraciones sobre la “vuelta de la política” y la “batalla cultural”, se ponen al servicio del más cruel “determinismo peronista”; el cual por otra parte, bajo la forma de la “astucia de la razón” aparece como la expresión misma de la derrota del supuesto “proyecto transformador” llamado a trascenderlo.
Las concepciones “politicistas” y “culturalistas” que de la adhesión de la clase obrera al peronismo derivan una imposibilidad de un desarrollo en clave clasista, son a su vez “sustituistas” de la experiencia de la clase obrera como sujeto de sus propias luchas. El máximo sujeto al que aspiran es a uno corporativamente organizado en sindicatos burocráticos y movimientos sociales estatalizados.
Estas operaciones se hacen al costo de ocultar la historia misma de la clase obrera y reemplazarla por una imagen idílica de un proletariado peronista o la nihilista de uno que no se reconoce más como tal. No existen más los proletarios que se enfrentaron a las bandas fascistas en la Semana Trágica, ni la huelga de 1936, ni el 17 de Octubre como acción obrera, ni el Partido Laborista de Cipriano Reyes. Desaparece la Resistencia Peronista, con su toma del Lisandro de la Torre, el Plan de Lucha de la CGT de 1964, el Cordobazo y todo lo que vino después.
Para ser un poco más objetivo, o mejor dicho para no tomar “instrumentalmente” las formas de organización y “cultura obrera” del siglo XX, habría que decir mínimamente que junto con su adhesión al peronismo que ocupa la mayor parte de su historia reciente, la clase trabajadora en la Argentina ha desarrollado distintas experiencias ligadas al “clasismo” y al método de la huelga general insurreccional y la organización de base en comisiones internas, coordinadoras y otras instancias de tendencias hacia la autonomía y la autoorganización.
En la oposición frontal hacia la recuperación y el reconocimiento de esas experiencias reside uno de los elementos más conservadores de los que terminaron en la “izquierda” kirchnerista y el secreto revelado de su impotencia histórica, el “obstáculo epistemológico” para entender los momentos de giros bruscos y cambios históricos.
Apoyándose en la acción por arriba del Estado, en detrimento de las potencialidades creativas de la clase trabajadora, a lo más que pudieron aspirar fue a un PJ con discurso progresista, que dejó en pie lo esencial del aparato policial, territorial y mafioso de los intendentes, los gobernadores y la burocracia sindical.
Un Estado restaurado y el camino allanado para algún tipo de massismo, el sciolismo o una combinación de ambos engendros, sin descartar contubernios con el mismo kirchnerismo.
La “astucia” de la lucha de clases
La alternativa realista a la “auto-reforma” imposible del peronismo es el desarrollo de la independencia política de la clase trabajadora. No es difícil imaginar las objeciones que despierta esta idea en el progresismo. La primera y principal: la lejanía “utópica” de esa aventura, mientras intentar “presionar por izquierda” al aparato estatal está al alcance de la mano. Tan al alcance de la mano como el círculo vicioso de la “astucia de la razón” peronista que ha demostrado con creces que no puede trascenderse dentro de su propia lógica de hierro, a pesar del entusiasmo con cada “gesta” efímera de los que ocupaban el “piso de arriba”.
El proceso abierto el 20 de noviembre de 2012, con el pronunciamiento nacional del primer paro general de los años kirchneristas entró en un impasse pero no ha finalizado. Fue un episodio, a un nivel superior, de un proceso profundo y de una recomposición social y subjetiva de la clase trabajadora y solo “el aviso de incendio” de un posible retorno. Y esa es en cierto modo la “astucia” de la lucha de clases. Puede ser contenida, puede retroceder por largos períodos en los que hasta se decreta su desaparición. Pero continuamente vuelve y modifica la experiencia del movimiento obrero, contra el “sueño dogmático” del peronismo de suprimirla bajo la tutela del Estado.
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[1] Eric Nepomuceno, “Los diez años que cambiaron Brasil”, Página/12, 17/05/2013.
[2] “Conversación con Nicolás Prividera”, El Ojo (otra vez) Mocho 2-3, primavera/verano 2012-2013. El Ojo Mocho fue una revista nacida en 1991 y orientada durante muchos años por Horacio González. Durante la década menemista logró reconocimiento en el mundo académico intelectual de izquierda. En la segunda época con un grupo editor encabezado por
Alejandro Boverio, Darío Capelli y Matías Rodeiro y alienada abiertamente con el kirchnerismo, perdió el filo crítico de sus mejores épocas y en este caso confirma el dicho popular de que “las segundas partes siempre fueron malas”.
[3] Buenos Aires, Colihue, 1999.
[4] Partiendo de la definición de que el peronismo “no dejó y posiblemente no deje por mucho tiempo ninguna posibilidad de organización política independiente de la clase obrera”, la corriente morenista (orientada por el dirigente trotskista Nahuel
Moreno) definió que “el entrismo es posible e inclusive necesario cuando el movimiento obrero apoya a ese movimiento nacional y no hay brotes importantes de organización independiente de la clase obrera”, buscando convertir al Movimiento de Agrupaciones Obreras que ellos orientaban en “la fracción trotskista legal del peronismo”. De esta manera el “entrismo” en el peronismo se expresó en la adopción de un discurso sindicalista combativo que le cedía en los problemas centrales de la política nacional al peronismo, por ejemplo “acatando” la orden de Perón de votar por Frondizi. Esta política terminaría sumiendo a la
corriente morenista en un curso sindicalista que se expresaría luego en la ruptura de un sector de dirigentes posicionados en ese sentido. Para un debate al respecto, ver “El populismo castrado”, en Lucha de Clases 4, 2004.
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