Breve comentario sobre el Diario del exilio de León Trotsky
Ilustración de Sergio Cena tomada del N°22 de la Revista Ideas de Izquierda |
Mi vida, la autobiografía de Trotsky y una de las mayores obras
literarias del siglo XX, es una intervención política en el fragor de la batalla
con el arma implacable de un implacable itinerario personal. Está dotada de la
objetividad del partidista, del que “odia a los indiferentes”, y por eso mismo
se caracteriza por el respeto a los hechos que conforman su derrotero, narrados
desde un punto de vista político.
El Diario del exilio*, en cierta medida también tiene esa
característica, pero posee el atractivo de los pasajes donde se vuelca un pensamiento
espontáneo, casi en estado de sentimiento.
El análisis político de los
sucesos franceses o noruegos está mejor desarrollado en los documentos y folletos
(¿A dónde va Francia?, entre otros). Lo novedoso e interesante del Diario, son las vicisitudes de una
agitada y a la vez calma vida cotidiana.
Una noche no puede dormir y escribe
a la una de la mañana, por culpa de esa necesidad que “sufre” todo escritor a quien
se le impone registrar las ideas que lo torturan en la cabeza.
Otro día nos cuenta que Natalia
Sedova, su compañera de la lucha y de la vida, tiene una capacidad especial
para sentir todas las tonalidades de la música, y eso le da envidia. La
describe tiernamente, afirmando que todo su ser está hecho de musicalidad. E
incluso que vive con una plenitud extrema y da a sus sentimientos una expresión
“artística”. El secreto de ese arte está en la “profundidad, la espontaneidad,
la perfecta pureza del sentimiento”. No podemos comprobar si Natalia Sedova
alcanzaba ese estado ideal de vivir su vida en forma artísticamente pura, en
todo caso, la conmovedora descripción delata que Trotsky era un gran intérprete
de las pasiones sociales de su tiempo; pero también un hombre que no se privaba
de amar con plenitud.
Antes había asegurado que la
música es buena compañera cuando ayuda a tirar las ideas sobre el papel, pero
es un poco molesta cuando se trata de elaborarlas.
Deja caer sus angustias por la
tragedia francesa que -junto con la española- se estaba sumando a la alemana.
Se compara con un “viejo médico” que está presenciando impotente como
curanderos inescrupulosos e ignorantes de las leyes de la historia (reformistas y estalinistas),
intervienen sobre los procesos humanos y en vez de aportar a su cura, aceleran su
liquidación.
Plantea más crudamente la agudeza
de las contradicciones de la convulsiva situación francesa. La alianza de los socialistas
y radicales galos le recuerda sorprendentemente –por sus semejanzas- al bloque
de los “kadetes” y mencheviques rusos de 1917. Sin embargo, lamenta las
diferencias que son “desgraciadamente no menores”: a) que las organizaciones
obreras conservadoras (SFIO, CGT) en Francia desempeñan un papel
incomparablemente mayor que en la Rusia de 1917; b) que el bolchevismo fue
referenciado vergonzosamente con la caricatura estalinista; y c) que toda la
autoridad del Estado soviético fue puesta en marcha para desorganizar y
desmoralizar a la vanguardia proletaria.
Mientras públicamente, en los
folletos donde analiza la situación francesa apuesta con justeza al optimismo
revolucionario, a factores como las facultades creativas y la tradición que el
movimiento obrero francés lleva en sus venas; en el Diario muestra el sufrimiento angustiante de la inexistencia de un
partido, que, cómo los médicos -y más con la experiencia de los “viejos”- no se
forma de un día para el otro.
Percibe que Engels es más
“humano” que Marx, y que lograr convertirse en el complemento de un genio o un
titán es un hecho que no le quita nada, todo lo contrario, suma méritos a su
figura histórica. Es mucho más que un discípulo, es alguien que logró llegar a
la altura de dialogar con Marx de igual a igual. Relata que Lenin justamente
admiraba a Engels por “lo que hay en él de orgánico y universalmente humano”.
“La vejez es la cosa más
inesperada de las cosas que le suceden a un hombre”, confiesa con un dejo de melancolía.
Complementando la sentencia irónica que toma de Lenin que había afirmado que el
mayor vicio de un hombre es tener más de 55 años. Deja entrever una mayor
preocupación por esta cuestión, antes que por la muerte, de la que habla con
toda naturalidad, ya que algún día hay que “unirse a la mayoría” (join the majority, una frase de Paul
Lafargue recordada también por Lenin)
“La vida es bella”, esa frase de
película se complementa en el Diario con otra que asevera que “la vida no es
fácil…” Porque “uno no puede vivirla sin caer en la postración o el cinismo,
sino la domina una gran idea que se eleve por encima de la miseria personal (…)”.
Bella no quiere decir fácil.
Alfred Rosmer dice que el Diario es un documento único porque en
él Trotsky comunicará más de sí mismo de lo acostumbrado. Y un intelectual de
la talla de Erich Fromm dirá que en el Diario
“encontramos a un hombre modesto; orgulloso de su causa y de las verdades
que ha descubierto”.
Estas grageas levemente íntimas aunque profundamente políticas, donde la ventaja reside en que el
género habilita no someterse a ninguna obligación o regla literaria (como
reconoce el mismo Trotsky), amplían el conocimiento un hombre de
fuertes convicciones. Pero además, permiten confirmar que, por suerte, no era un “hombre
de hierro” y que hay mucho en él de universalmente humano.
*León Trotsky, ¿Adónde
va Francia?/Diario del exilio. Obras Escogidas N° 5. CEIP León Trotsky en coedición con el Museo Casa León Trotsky (México). 2013
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