Horowicz, una semblanza crítica de Eva Perón

Estamos leyendo el clásico ensayo de Horowicz y tiene muy poco o nada que ver con la coyuntura (de eso nos empachamos los miércoles en las "trasnoches de superacción"), ni con la derrota táctica del 7D, ni nada. Nos llamó la atención la descripción que hace de Eva Perón, indudablemente la mujer más gravitante de la historia política del siglo XX argentino. Por momentos cobra el tono casi de una apología, pero intercalada con agudas observaciones críticas, psicológicas (el resentimiento y el odio plebeyo, teñido de cierta admiración por el opresor), sociales, y sobre todo políticas, útiles para entender su rol como "síntesis" de los aspectos más pasivizantes del primer peronismo.
(El apartado sobre Eva Perón es más extenso en el libro, solo posteamos la parte que encontramos en este blog)


De Alejandro Horowicz, ensayista, analista político, profesor universitario, escritor, autor del libro Los cuatro peronismos

Evita ocupa un lugar único en la historia política argentina.
Hipólito Yrigoyen no tuvo mujer, o la tuvo en el sentido más doméstico del término. Y la lista de jefes populares - al menos por la composición social de sus seguidores - sólo tiene dos integrantes: Yrigoyen, Perón. Olvidemos entonces a los jefes populares: confeccionemos la lista tan amplia, tan desprejuiciadamente como se quiera, con famosos de toda especie y cualquier origen. Aun así Evita sigue siendo única. Esta unicidad - esta soledad, si se quiere - constituye su rasgo saliente. Sola también ( la única mujer ) integra la galería de los mitos políticos del siglo XX, internacionalmente socializados por América Latina.
La historia personal de Evita, que alguna importancia tiene, remite a la soledad rabiosa, a la marginalidad, a la impotencia y al miedo.
Hija irreconocida de un matrimonio indocumentado, niña sometida al murmullo moralizante de un pueblo de provincia, adolescente sin destino, parquitina, actriz sin cartel, personaje radial, amante del coronel, esposa del general, compañera del presidente, abanderada de los humildes y bandera de combate constituyen los peldaños de una carrera poco habitual y muy deseada.
A escala gigantesca, la historia de la Cenicienta rubia pareciera repetirse, y pocos ignoran que cuando cambia la escala, cambia la historia misma.
Evita es una táctica y un recorrido: es la táctica de doblarse tantas veces como sea preciso; es el recorrido de organizarse primariamente, sabiendo que la organización y la lucha importan, pero más - mucho más - importa el coronel - padre que finalmente se aviene a reconocer - a reconocerla - y, al hacerlo, se constituye en un elemento indispensable, decisivo, de su autorreconocimiento. El coronel la fija, se vuelve referencia obligada, indispensable, de su propia identidad. Su relación con todos los otros está mediada por él: él es el eslabón central de una relación radial, y casarse con la mediación es como casarse con el padre ( Perón tenía 49 años, Evita 24 ): es decir, incestuoso y conveniente, deseado y terrible.
Evita es la determinación de ocupar un lugar inexistente que se crea con la misma ocupación; un lugar que el otro - burgués niega y a quien Evita, sin desplazarlo, sin liquidar su poder, sin vincularse a él directamente sino a través de Perón, intenta convencer. Convencerlo tiene, para ella, un término preciso: imponer su presencia.
Dicho con el máximo rigor: ocupa un sitio que sólo se abandona revolucionariamente, en compañía de la clase obrera. Por eso la victoria de Evita no se constituye en derrota - del - otro - burgués sino en forma simbólica: es, en realidad, la victoria - del - otro - derrotado. Evita es la pedagogía del oprimido desde la perspectiva del opresor, puesto que no supera su horizonte: a la oligarquía se la vence electoralmente y los problemas de la sociedad argentina se resuelven con generosidad, con la Fundación Eva Perón.
La mirada con que Evita se mira, con que mira al oprimido que en ella se oculta, no es autónoma: está teñida de una secreta y confesada admiración por el opresor. Si la beneficencia es un postulado cristiano sin verificación social, Evita construye esta verificación con una práctica de corte militante. Si la belleza femenina es un patrón de verdad, ella es bella. Si el cuerpo de una burguesa sirve para lucir los objetos en que se reconoce como burguesa ( joyas, pieles, tocados ), también instrumenta su cuerpo. Evita es, en suma, la versión que las clases dominantes imponen como modelo y que paradigmáticamente rechazan cuando se la enfrentan como producto. Es curioso: Evita respeta una a una las reglas formales, pero su presencia viola toda regla. El motivo es simple: una modelo ataviada con los atributos de la burguesía no es una burguesa sino una representación que la burguesía constituye de sí misma. Pero ninguna clase social confunde una imagen de sí con los integrantes de la clase viva. Y si la modelo se vuelve modelo político social, la burguesía grita " usurpadora ", es decir, prostituta; porque si así no fuera, ¿ cómo ocuparía el lugar ?.
Evita registra el rechazo y lo devuelve como odio visceral; es un odio dúplice, recubierto de nerviosa envidia; es, en el fondo, el odio de un proletariado marginal, de una empleada doméstica que sola enfrenta el poder y la riqueza de su patrón. Este odio carece de instrumentos; ya no se trata de golpear las puertas de la historia con el sello rojo del camino obrero, es posible luchar sin que la muerte amenace a los antagonistas, sin que la victoria obrera enloquezca de terror a las clases dominantes.
El recorrido de Evita, el de la clase obrera argentina, sigue una misma línea genética. Ambos llegan desde afuera ( fuera del país, fuera del mundo urbano ) para escapar del hambre y la abyección, ambos son " extranjeros " en la múltiple significación del término. Extranjero es aquel que vive fuera de las fronteras de imperio de las normas, impuestas por el imperio para sus ciudadanos. Los extranjeros son bárbaros; el bárbaro es el que vive fuera del imperio, los " cabecitas " lo son por antonomasia, Evita es una mujer fuera de las normas, es una bárbara.
En Evita, como en todos los trabajadores, es posible reconocer un antes y un después del 17 de octubre. Antes del 17 de octubre, los sindicatos, la dirección sindical, constituía un universo de activistas minoritarios. Un trabajador elegía ser perseguido, maltratado y encarcelado por encabezar los reclamos de sus compañeros. Este no era el caso de Evita.
Antes del 17 de octubre, Evita batallaba en términos personales; políticamente no existía. Innumerables testigos centrales de los acontecimientos de esa fecha así lo confirman e, indirectamente, su propio comportamiento quiebra el mito de la lucha de calles encabezada por ella. Evita era, todavía, absolutamente igual a las mujeres de los obreros que participaron en el 17 de octubre de 1945 a través de sus maridos; es decir, a las mujeres de los obreros que no participaron sino medianamente.
El salto lo pegó desde el poder, o sea, desde Perón. Desde allí se ocupó de dos cosas: la Fundación y las relaciones con el movimiento obrero. La rama femenina del peronismo y el derecho al voto de la mujer fueron, si se quiere, una suerte de antecedente político de la Fundación, porque no habían sido el resultado del combate popular, sino de la existencia del gobierno peronista. Dicho epigramáticamente: ella es la síntesis personal del primer peronismo.

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