Unas palabras sobre Roberto "Panono" Silvestri y las generaciones


Levantarme a la mañana, prender la notebook y encontrarme con el mail que terminó convertido en este post -uno de los más visitados ayer- no fue un acontecimiento más. Quizá porque llega fin de año y uno se pone nostálgico, quizá por el paso de los años que otorgan un poco de experiencia ("ese peine que te dan cuando ya te quedaste pelado", como dijo hace poco mi amigo JDM, citando al filósofo "Ringo" Bonavena), y que te permite distinguir un poco mejor la jerarquía de las cosas; o quizá por la sensibilidad particular que significa no poder reconciliarme, todavía, con Buenos Aires. 
La imagen de Roberto "Panono" Silvestri, de alguna manera me conmovió, me interpeló y por muchas razones. Y no es esencialmente lo estético: una cabellera y una barba "guevarezca" envidiables, una mirada, un porte y una estampa imponentes. Por supuesto, también el notable parecido con su hijo. Sino que, como muchos otros retratos de militantes de aquella generación, transmite fuerza, convicción, alegría y pasión. La seguridad inquebrantable de estar ubicado del lado correcto de la historia. Una imagen, con los valores de una generación (y no estamos discutiendo de balances políticos)
Pero también me sentí duramente interpelado, porque hace como 15 años que conozco a Pablo y si bien alguna vez cruzamos alguna que otra palabra sobre su viejo, nunca hablamos profundamente de la cuestión. ¿En qué cosas importantes estuvimos, o mejor dicho estuve yo ocupado estos 15 años, que no tuve tiempo de preguntarle sobre "Panono"? Claro, somos gente con muchas tareas, todo el tiempo en cosas urgentes...ponele.
Entre nosotros hay algunos valiosos compañeros/as de aquella generación, quizá los mejores, los verdaderos herederos y legítimos continuadores. En los años de la "pasivización" kirchnerista pareciera que "hijos de las madres" y continuadores de los desaparecidos y asesinados "somos todos" (sean funcionarios, burócratas o doctores). Pero no es así. Los herederos de una generación revolucionaria (como los verdaderos viajeros de los que hablaba Martin Kohan) son aquellos que "no se hallan, no se habitúan, no se relajan, no armonizan, no se asimilan, no se adaptan, no se entregan". Es decir, aquellos que no se amoldaron a los cantos de sirena de esta democracia cínica, hija de la derrota. Los verdaderos continuadores de una generación revolucionaria son aquellos que siguen peleando por la revolución. Hoy no son muchos, pero son los mejores y están comenzando a vivir los primeros triunfos de un nuevo despertar del movimiento obrero y la juventud. El orgullo de haber mantenido sus convicciones contra la corriente y que hoy empiece a dar sus frutos. Imagino muy difícil la tarea del "trasvasamiento generacional" de esos compañeros, hacia los otros, nosotros o los que vienen. No tanto por la transmisión del programa, de las ideas (esenciales, por supuesto); sino de la experiencia vital, de los valores, de la pasión, esa misma que transmite la imagen de Roberto. A la generación ochentista de la apertura democrática, a la del escepticismo un poco dark y posmo del noventismo y a la de los 10 años del reformismo kirchnerista. Pese a que hubo momentos tensos y hasta trágicos (Julio López, Mariano Ferreyra y otros tantos muertos más de la democracia), como afirmó alguna vez un compañero (de estos que tienen experiencia y capacidad de síntesis), en estas décadas militar fue casi "un seguro de vida" (si alguno se "cuelga" enseguida se lo busca, vamos prepotear a la cana, hasta que larguen a los compañeros si son detenidos y muchas otras cosas). Nadie cree que corre el riesgo de que lo arranquen de la cama y lo bajen en una esquina con 17 tiros. Por supuesto que no es un elogio de ningún martirio, sino la descripción de una realidad del "espíritu de época" en el que experimentamos nuestra lucha diaria y un llamado de atención, si se quiere, de que la revolución en serio tiene algo de todo eso.
Pero aunque sea tarde, siempre es mejor que nunca. Entonces, hoy le pregunté a Pablo por "Panono". Y me contó que tenía 26 años cuando lo mataron, que estudiaba ingeniería química y que pertenecía al Peronismo de Base, a los que la Triple A les había volado dos locales en Saavedra. Que trabajaba de repartidor de productos químicos y que era hincha de Chacarita. Que su mamá le contó que, entre otras cosas que hizo, llegó a parar con otros compañeros y con fierros, camiones que trasladaban kerosene y los desviaban hacia el barrio y llamaban a la gente para que cargue los bidones para los calentadores (todavía recuerdo uno a kerosene que había en casa, cuando era chico). Que su mamá, que hoy tiene 64 años, le colgó en facebook que consideraba que era un digno hijo de su padre. Googleamos los nombres de algunos de sus compañeros y encontramos historias de gente que había sido asesinada por la Triple A, apenas a unas cuantas cuadras de donde vivimos ahora (todos jóvenes de 20 a 30 años). Entre ellos encontramos a uno (amigo de "Panono") que escribió una carta a sus padres desde la clandestinidad, en la que les decía: "Creo que lo más importante no es pensar si hoy o mañana nos vamos a morir, sino pensar cada noche si durante el día hicimos todo lo posible para seguir construyéndonos como hombres, como seres humanos. Si es así, no me importa que dure hasta mañana, pasado o hasta siempre, porque prefiero una conciencia limpia, aunque me dure tres meses y no la mera subsistencia, en la indiferencia y el desprecio a lo que nos rodea”.
Algunos no somos jóvenes ya, pero todavía nos quedan muchas cosas por aprender, creo que hoy aprendí algunas más.

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