Chavismo y cristinismo en el presente argentino y latinoamericano
El agotamiento del "modelo" profundiza la "ortodoxia"
En un interesante artículo del último número de Le Monde Diplomatique, el economista Rubén M. Lo Vuolo realiza un compendio bastante completo de los índices y tendencias que certifican la indiscutible crisis del "modelo" económico argentino, que no es sinónimo de hundimiento, pero sí de agotamiento. Afirma que "lo cierto es que poco queda del régimen macroeconómico posterior a los primeros años posteriores a la crisis del 2001-2002. En aquella etapa, la economía funcionaba con tipo de cambio alto, precios relativos favorables a la competitividad, superávits gemelos (fiscal y externo), política monetaria atenta a la absorción de base monetaria e inflación moderada. Casi todos estos elementos hoy han desaparecido".
Las condiciones excepcionales que "neutralizaban" relativamente la inflación en los primeros años kirchneristas (congelamiento de las tarifas, amplia capacidad ociosa e incluso el enorme abaratamiento salarial) fueron agotándose con el tiempo y se acumularon factores que impulsaron y retroalimentaron la inflación, con un salto en calidad en los últimos años.
Junto con el desarrollo de la inflación, comenzó un proceso de fuga de capitales que se inició en el 2007 y se mantuvo constante hasta el 2010. El tipo de cambio multilateral (la relación de cambio con las monedas de los principales socios comerciales), a fines del 2008 estaba apreciado un 25% con respecto al 2006, para dar sólo un ejemplo del cambio de las condiciones del los precios relativos. El creciente déficit energético (que conlleva implícito una gran carga fiscal) y la fuga de capitales tuvieron como respuesta el control cambiario y la restricción de las importaciones, medidas hechas "a lo Moreno". Esto derivó en la disparada del dólar paralelo y empujó la desaceleración económica que terminó en el frenazo del 2012. Más en general, luego de 10 años de gobiernos kirchneristas, se mantiene el carácter primarizado de la economía con una prácticamente nula inversión que impide ampliar cualitativamente la capacidad productiva, una de las causas más estructurales de la inflación.
Estos límites generales del "modelo" están llevando necesariamente a medidas de ajuste claramente "ortodoxas". Presiones para el cepo en las negociaciones paritarias, el dato objetivo del retroceso de la participación de los asalariados en el reparto de la renta nacional en los últimos años es una confirmación de cierto éxito de esta política (después de la caída abrupta del 2002, donde con la devaluación cayó casi al 30% la participación de los asalariados, en 2007 llegó al 37,5%, en el distorsionado 2009 subió al 40% en el marco del estancamiento de la economía, para luego retroceder al 37,6% en 2011. Siempre lejos del "fifty-fifty" del que, casualidad, ya no se habla más). La mayor presión impositiva sobre el salario con el impuestos a las ganancias, el recorte y la disminución de los beneficios como las asignaciones familiares configuran una política de ajuste más o menos clásico. Finalmente las presiones para recortes fiscales hacia las provincias con el método de la "tercerización" derivaron no sólo en aumento de impuestos, sino también de tarifas (el más reciente fue el subte). Todo esto combinado con los aumentos tarifarios nacionales complementan una orientación general hacia el ajuste del bolsillo popular.
Estas contradicciones estructurales están en la base de las tensiones políticas del gobierno con los que forman parte de su coalición y con su propia base social. Con ambos la relación es mucho menos "consensual" y mucho más "coaccional". Hay un chantaje político hacia los gobernadores e intendentes con un "bonapartismo de caja" degradado; y un chantaje social y económico hacia los trabajadores para que acepten los ajustes salariales (y de los otros) a cambio de "mantener el empleo" ("si no miren Europa"), ese nuevo "relato" llevado hasta el final estuvo entre los pilares fundamentales de la ortodoxia neoliberal.
La resultante no es solamente que el gobierno no encanta (el último "encanto fugaz" fue la seminacionlización de YPF), sino que alimenta un inicio de escisión de la clase obrera con el gobierno, del cual las tortuosas relaciones con la burocracia sindical son una manifestación deformada.
La incógnita, en este marco, es el desarrollo de las paritarias que recién comienzan y donde la negociación docente se está volviendo peligrosa en la provincia de Buenos Aires (además de Neuquén y otras), determinada por los problemas fiscales generales y por la interna peronista.
Internas, política y el fenómeno Chávez
En la paritaria docente de PBA el diablo de la interna vuelve a meter la cola, demostrando que la crisis de sucesión se desliza hacia el "jugar con fuego" de la movilización callejera de trabajadores, de huelgas y paros. La negociación en la provincia de Buenos Aires está tomando una dinámica hacia "crisis del aguinaldo" de consecuencias impredecibles tanto para el gobierno de Scioli, como para el gobierno nacional (por aquella paráfrasis que se impuso como conclusión después de la crisis anterior y que afirma que "todo lo que es malo para provincia de Buenos Aires, es malo para el gobierno nacional").
Sin embargo, al margen de la resolución (o profundización) de estos conflictos, si las crisis estructurales que sufre el gobierno no se "pasan a valores" de un mayor retroceso político es por la impotencia de una oposición patronal con una desubicación histórica.
Que uno de los principales referentes de la oposición, que se ubicó segundo en la última elección presidencial (Binner), haya salido a declarar en medio de los funerales de Chávez y la conmoción latinoamericanca que él hubiera votado a Capriles en Venezuela, no es sólo una muestra del gorilismo genético del socialismo criollo sino también de su nulo olfato para el "oportunismo" político. Con la cuestión de la AMIA no cumplieron mejor papel y sólo con la denuncia por el espionaje del "Proyecto X" (surgida desde la izquierda) pudieron generar cierto impacto. Una evidencia más de que en el marco de las relaciones de fuerza actuales, el golpe debe ser "por izquierda", como lo hicieron los familiares de Once a un año de la masacre.
El kirchnerismo se entusiasma con el "efecto Chávez" y algunas razones tiene, siempre que se comprenda su justa medida. En primer lugar hay una diferencia con el "efecto Néstor", cuando paradójicamente la muerte de kirchner aportó a la sobrevida del kirchnerismo. Los efectos "mitificantes" de la muerte se combinaron en la Argentina con un crecimiento económico extraordinario (empujado por la recuperación mundial) en 2010 y 2011. La espectacular diferencia con el segundo en las elecciones del 54%, fue el producto también de la ubicación "piñón fijo" a la derecha de la oposición patronal. En Venezuela y en un marco mundial recesivo, estas condiciones son de difícil repetición, aunque el "haber" del que parte el chavismo es mayor del que partía el kirchnerismo, ya que el proceso de desvío fue más profundo en Venezuela, cambiando el régimen y adoptando rasgos de "bonapartismo sui generis". Pero el chavismo sin Chávez deberá lidiar con las contradicciones materiales de una economía en crisis, en un mundo en crisis que no se hunde en el abismo, pero tampoco encuentra recuperación en el horizonte. Condiciones que el "mito" les puede permitir sobrellevar en un primer momento pero que tenderán a emerger con el paso del tiempo.
El cristinismo puede usufructuar haber sido un aliado central de Chávez para adornar su giro a la derecha con un baño de "chavismo", pero el fortalecimiento político es más bien frente a las desilachadas derechas latinoamericanas, frente a las "tribunas de doctrina" del continente que están a la defensiva en la actual relación de fuerzas. No necesariamente fortalece a los "bonapartismos" frente a la izquierda o para lanzar ataques hacia el movimiento de masas como en muchos casos (y especialmente en la Argentina) le imponen las circusntancias, aunque moderados en la medida de lo posible por las necesidades políticas de un año electoral.
Sin embargo, visto el fenómeno dialécticamente, la simpatía popular por el "antiimperialismo" de Chávez (que puede transformarse en lo inmediato en ilusas esperanzas hacia el kirchnerismo y fortalecerlo en la cuyuntura), contiene y alimenta justas aspiraciones de enfrentar los mandatos imperiales, cosa que ni el propio Chávez lograba hasta el final y mucho menos el "engendro" cristinista. Diferenciar las sanas aspiraciones de las ilusiones que contiene la simpatía con Chávez es elemental para el diálogo político de la izquierda revolucionaria y socialista que debe poner en la mesa su programa y su perspectiva verdaderamente antiimperialista, contra los límites de los "nacionalismos burgueses" y mucho más contra el cipayismo kirchnerista.
América Latina, escisión y clase obrera
Estos límites generales del "modelo" están llevando necesariamente a medidas de ajuste claramente "ortodoxas". Presiones para el cepo en las negociaciones paritarias, el dato objetivo del retroceso de la participación de los asalariados en el reparto de la renta nacional en los últimos años es una confirmación de cierto éxito de esta política (después de la caída abrupta del 2002, donde con la devaluación cayó casi al 30% la participación de los asalariados, en 2007 llegó al 37,5%, en el distorsionado 2009 subió al 40% en el marco del estancamiento de la economía, para luego retroceder al 37,6% en 2011. Siempre lejos del "fifty-fifty" del que, casualidad, ya no se habla más). La mayor presión impositiva sobre el salario con el impuestos a las ganancias, el recorte y la disminución de los beneficios como las asignaciones familiares configuran una política de ajuste más o menos clásico. Finalmente las presiones para recortes fiscales hacia las provincias con el método de la "tercerización" derivaron no sólo en aumento de impuestos, sino también de tarifas (el más reciente fue el subte). Todo esto combinado con los aumentos tarifarios nacionales complementan una orientación general hacia el ajuste del bolsillo popular.
Estas contradicciones estructurales están en la base de las tensiones políticas del gobierno con los que forman parte de su coalición y con su propia base social. Con ambos la relación es mucho menos "consensual" y mucho más "coaccional". Hay un chantaje político hacia los gobernadores e intendentes con un "bonapartismo de caja" degradado; y un chantaje social y económico hacia los trabajadores para que acepten los ajustes salariales (y de los otros) a cambio de "mantener el empleo" ("si no miren Europa"), ese nuevo "relato" llevado hasta el final estuvo entre los pilares fundamentales de la ortodoxia neoliberal.
La resultante no es solamente que el gobierno no encanta (el último "encanto fugaz" fue la seminacionlización de YPF), sino que alimenta un inicio de escisión de la clase obrera con el gobierno, del cual las tortuosas relaciones con la burocracia sindical son una manifestación deformada.
La incógnita, en este marco, es el desarrollo de las paritarias que recién comienzan y donde la negociación docente se está volviendo peligrosa en la provincia de Buenos Aires (además de Neuquén y otras), determinada por los problemas fiscales generales y por la interna peronista.
Internas, política y el fenómeno Chávez
En la paritaria docente de PBA el diablo de la interna vuelve a meter la cola, demostrando que la crisis de sucesión se desliza hacia el "jugar con fuego" de la movilización callejera de trabajadores, de huelgas y paros. La negociación en la provincia de Buenos Aires está tomando una dinámica hacia "crisis del aguinaldo" de consecuencias impredecibles tanto para el gobierno de Scioli, como para el gobierno nacional (por aquella paráfrasis que se impuso como conclusión después de la crisis anterior y que afirma que "todo lo que es malo para provincia de Buenos Aires, es malo para el gobierno nacional").
Sin embargo, al margen de la resolución (o profundización) de estos conflictos, si las crisis estructurales que sufre el gobierno no se "pasan a valores" de un mayor retroceso político es por la impotencia de una oposición patronal con una desubicación histórica.
Que uno de los principales referentes de la oposición, que se ubicó segundo en la última elección presidencial (Binner), haya salido a declarar en medio de los funerales de Chávez y la conmoción latinoamericanca que él hubiera votado a Capriles en Venezuela, no es sólo una muestra del gorilismo genético del socialismo criollo sino también de su nulo olfato para el "oportunismo" político. Con la cuestión de la AMIA no cumplieron mejor papel y sólo con la denuncia por el espionaje del "Proyecto X" (surgida desde la izquierda) pudieron generar cierto impacto. Una evidencia más de que en el marco de las relaciones de fuerza actuales, el golpe debe ser "por izquierda", como lo hicieron los familiares de Once a un año de la masacre.
El kirchnerismo se entusiasma con el "efecto Chávez" y algunas razones tiene, siempre que se comprenda su justa medida. En primer lugar hay una diferencia con el "efecto Néstor", cuando paradójicamente la muerte de kirchner aportó a la sobrevida del kirchnerismo. Los efectos "mitificantes" de la muerte se combinaron en la Argentina con un crecimiento económico extraordinario (empujado por la recuperación mundial) en 2010 y 2011. La espectacular diferencia con el segundo en las elecciones del 54%, fue el producto también de la ubicación "piñón fijo" a la derecha de la oposición patronal. En Venezuela y en un marco mundial recesivo, estas condiciones son de difícil repetición, aunque el "haber" del que parte el chavismo es mayor del que partía el kirchnerismo, ya que el proceso de desvío fue más profundo en Venezuela, cambiando el régimen y adoptando rasgos de "bonapartismo sui generis". Pero el chavismo sin Chávez deberá lidiar con las contradicciones materiales de una economía en crisis, en un mundo en crisis que no se hunde en el abismo, pero tampoco encuentra recuperación en el horizonte. Condiciones que el "mito" les puede permitir sobrellevar en un primer momento pero que tenderán a emerger con el paso del tiempo.
El cristinismo puede usufructuar haber sido un aliado central de Chávez para adornar su giro a la derecha con un baño de "chavismo", pero el fortalecimiento político es más bien frente a las desilachadas derechas latinoamericanas, frente a las "tribunas de doctrina" del continente que están a la defensiva en la actual relación de fuerzas. No necesariamente fortalece a los "bonapartismos" frente a la izquierda o para lanzar ataques hacia el movimiento de masas como en muchos casos (y especialmente en la Argentina) le imponen las circusntancias, aunque moderados en la medida de lo posible por las necesidades políticas de un año electoral.
Sin embargo, visto el fenómeno dialécticamente, la simpatía popular por el "antiimperialismo" de Chávez (que puede transformarse en lo inmediato en ilusas esperanzas hacia el kirchnerismo y fortalecerlo en la cuyuntura), contiene y alimenta justas aspiraciones de enfrentar los mandatos imperiales, cosa que ni el propio Chávez lograba hasta el final y mucho menos el "engendro" cristinista. Diferenciar las sanas aspiraciones de las ilusiones que contiene la simpatía con Chávez es elemental para el diálogo político de la izquierda revolucionaria y socialista que debe poner en la mesa su programa y su perspectiva verdaderamente antiimperialista, contra los límites de los "nacionalismos burgueses" y mucho más contra el cipayismo kirchnerista.
América Latina, escisión y clase obrera
Luego de una década promedio de gobiernos "pos-neoliberales", lo nuevo son los comienzos de ruptura y cierta experiencia de una recompuesta clase obrera. Bolivia y Argentina, con la fundación inicial de un "Instrumento político de los Trabajadores" o el pase a la oposición de sectores del movimiento obrero, son las muestras más elocuentes de un proceso inicial que también había comenzado a expresarse en Venezuela y en otros países.
Si hay algún bloqueo al avance de la conciencia es de carácter muy parcial en Venezuela y mucho más "gasesoso" en el resto de los países latinoamericanos.
Además, como lo demuestra la historia (y la trágica experiencia argentina que tiene "mitos" como para hacer dulce), ni los "mitos" pueden ser inmunes a la incursiones despóticas de las crisis del capital y por consecuencia a la irrupción violenta de la lucha de clases.
Por lo tanto, se trata de "desmitificar" las historia con la critica paciente y acompañando la experiencia política y en la lucha de clases; a la vez que avanzar en construir la organización política revolucionaria nacional e internacional que permita gravitar en los momentos decisivos que los avatares del presente solamente pre-anuncian.
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