Argentinos desencantados, capitalismo y estado
Fernando Rosso
@RossoFer
En su habitual pequeña columna de
los sábados en el diario La Nación (“Miniaturas”), Carlos Pagni toma nota de
una encuesta de la consultora Management & Fit sobre los empresarios y el
rol del mercado (también nos había llamado la atención ese estudio). Con un provocativo y en cierta medida exagerado título (“Los
argentinos vs. el capitalismo”) asevera que la encuesta confirma un antiguo
conflicto entre la opinión pública y la cultura capitalista.
Ante el desarrollo de la crisis
económica y social, gran parte de la sociedad responsabiliza tanto a políticos
como a empresarios y considera que hay que imponer cierto control estatal
sobre sus actividades.
Finalmente denuncia que, en este
marco, Cristina Fernández alimenta estas creencias y se lamenta porque en
la oposición no existe ningún líder que proponga una concepción alternativa.
Parece que la aspiración del columnista
de La Nación es encontrar algún valiente que encare con decisión una batalla
cultural por un “liberalismo que enamore”.
Afirmar que esta posición
promedio de los argentinos los hace necesariamente “anti-capitalistas” es por
lo menos una exageración polémica. Si así fuera la revolución socialista
estaría, como se dice en la jerga, “a la vuelta de la esquina”. Puede ser
tranquilamente una aspiración a un capitalismo con regulación estatal.
Pero el grano de verdad que
contiene la descripción está en que si se toma la historia reciente de las
últimas dos décadas, los argentinos hicieron primero una experiencia con un
liberalismo que llegó a “cautivar” desde Recoleta a la Matanza; y hoy está
culminando una experiencia con un tímido estatismo reformista que parece
conducir el barco hacia una nueva frustración nacional.
Ambos procesos políticos
estuvieron condicionados por los resultados de la lucha de clases: uno producto
de la derrota y el otro de la contención y una orientación de “pasivizacion” y desvío de los objetivos y las demandas de aquel diciembre caliente de principios de siglo.
Por supuesto que sin la fortuna
de vientos de cola que supieron aprovechar, ninguno hubiese existido (“con
plata gobierna cualquiera”, dicen que dijo De la Rua)
Y también estuvieron determinados
por los avatares del capitalismo mundial. Hoy casi no existe lugar o país donde
el liberalismo goce de buena salud y mucho menos llegue a enamorar.
El 2001 no fue solo una
experiencia con la casta política, sino también con la voracidad capitalista (“chorros
devuelvan los ahorros”), el relato tuvo que tomar nota de ese espíritu de época
y en cierta medida se retroalimentaron mutuamente. Pero no hay que confundir la causa con el efecto.
El fracaso de las grandes
coaliciones tradicionales con respecto al kirchnerismo estuvo basado en que durante
muchos de estos años se mantuvieron en una posición “pre-2001”.
Finalmente, una ausencia
llamativa en la reflexión de Pagni es la izquierda. La emergencia política de
la izquierda y sus protagonismo en la lucha social y de la clase obrera es un
dato del que hasta se dio cuenta Morales
Solá, lo que no es poca cosa.
El “estatismo” está
fracasando, como no podía ser de otra manera, en enfrentar al mercado. Y los
puestos de trabajo se defienden con tenacidad allí donde está “ausente” el
estado (o presente a las patadas con Berni y jugando a favor de los
empresarios con Tomada) y presente la izquierda (especialmente y más
orgánicamente el PTS-FIT). Se apagó el “Nunca menos” y se viralizó el “Familias
en la calle nunca más”. Sus puntos más altos son el fenomenal conflicto de Lear
y ahora la grafica Donnelley bajo gestión obrera. Cristina lanzó rayos y centellas contra sus dueños "terroristas", pero los obreros íntimamente fusionados con la izquierda, tomaron la fábrica y la pusieron a funcionar. Mejor que decir, es hacer.
Una “batalla cultural”, política y social en el sentido opuesto al que propone Pagni, porque donde el ve un peligro y cierta frustración política, nosotros vemos una oportunidad.
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