Midnight in Paris y el laberinto argentino
Fernando
Rosso
@RossoFer
El acuerdo del gobierno con el
Club de París estaba inscripto como una posibilidad en el devenir
de los acontecimientos y de las últimas medidas económicas.
Si se cotejan las últimas resoluciones, como la devaluación de enero (y las
mini-devaluaciones administradas), el aumento de las
tasas que llevó al enfriamiento de la economía para contener la inflación y disminuir el déficit comercial, el quite de
subsidios y tarifazos (para frenar la salida de dólares vía déficit
energético), el techo a los salarios que perderán entre 5 o
10 puntos por la inflación y el acuerdo con Chevrón (para tomar las mas relevantes);
esta aceptación del plan de pagos por parte de los países que integran el Club,
parece absolutamente normal. La “concesión” que se hace al relato
kirchnerista, acordando la no auditoría del FMI, se devela simplemente como un
gesto simbólico, precisamente por las condiciones aceptadas voluntariamente y porque las decisiones
de política económica doméstica se vienen llevando adelante como si el FMI estuviera instalado en el Ministerio de Economía.
Las consecuencias inmediatas no
implicarán una ola masiva de inversiones sobre el país, sino más bien el moderado objetivo de una apertura a posibles préstamos (que tampoco ingresarán
en lo inmediato) que ayuden a no entrar nuevamente en zona de turbulencias. Habrá intentos de conseguir divisas para contrarrestar las
tendencias recesivas de la economía. Moderar la “restricción externa” actual,
en pos de una nueva hipoteca futura.
Por eso el apasionamiento exultante del
kirchnerismo muestra el bajo nivel de aspiraciones en el que cayó y el grado de subordinación y dependencia hacia
el capital financiero. Reedita en su etapa superior, una
peculiar “épica” de la moderación y la ortodoxia. Un nacionalismo del pago al
contado. Borges decía, en un famoso texto, que cierto “nacionalismo” en la literatura era tan importado
como el repudiado universalismo; y que la literatura nacional era heredera de toda
la cultura occidental. Este refinado análisis de la configuración literaria, cambia
cuando se traslada a la economía política, donde la defensa de los intereses
nacionales frente a poderes imperiales (presentados como globalizantes y
universales) es necesaria como parte de la lucha por la liberación social. Pero
este particular “nacionalismo” kirchnerista es verdaderamente una mercancía
barata y de importación: hecho a la medida de los acreedores que no ven
afectados sus intereses, y “conceden” una licencia para la poética y el discurseo de los pagadores seriales. Después de todo -se consolarán los kirchneristas épicos-, "si en el Corán no hay camellos", por qué tendrá que haber coincidencias entre nuestro discurso y nuestra práctica.
Un diario informa que todo el arco
político, menos la izquierda radicalizada, aprobó el acuerdo, desde el PRO,
hasta el socialismo santafecino. También las “entidades empresarias”, -las oficialistas
y las no tanto- festejaron la patriada de Kicillof (un blog k, religioso hasta la médula, lo calificó
imprudentemente como el “kicillofazo en Paris”); y personajes como Rogelio Frigerio o
Domingo Cavallo lo consideran un gran paso adelante.
Se liquida uno de los últimos principios de orientación política al que se aferraba el kirchnerismo duro: “veo donde se ubica el diario La Nación y me pongo de la vereda de enfrente”. Es justamente ese diario el que hoy festeja este “gran salto adelante”, y uno de sus editorialistas es quien afirma que es un paso “tardío pero en la dirección correcta". ¿Alguien dijo, ejem… “juego a la derecha”?
Se liquida uno de los últimos principios de orientación política al que se aferraba el kirchnerismo duro: “veo donde se ubica el diario La Nación y me pongo de la vereda de enfrente”. Es justamente ese diario el que hoy festeja este “gran salto adelante”, y uno de sus editorialistas es quien afirma que es un paso “tardío pero en la dirección correcta". ¿Alguien dijo, ejem… “juego a la derecha”?
El linkeo de Pagni de un artículo nuestro
sobre Carta Abierta, mereció una montaña de reclamos de la fracción estalinista
del kirchnerismo (los formados en la escuela de cuadros del “moscovismo” de Conti, y del “maoísmo” de Zanini), porque la crítica era “aprovechada por la
derecha”. ¿Será que con una táctica de “entrismo” le están
birlando al "izquierdista" Oviedo a la Tribuna de Doctrina, para sumarlo al
proyecto nacional y popular? Como el zorro que “pierde
el pelo, pero no las mañas”, los estalinistas pierden la ideología (si alguna vez tuvieron alguna), pero no los métodos.
Las PASO, la campaña y el régimen
Con esta peculiar nueva “épica” de fin de ciclo, cuya
utopía mayor se redujo a evitar la catástrofe y administrar una transición bien ajustada y ordenada, el gobierno y la
oposición están en temprana campaña electoral.
Si las PASO cambiarán la
racionalidad de la política, como afirmó un analista recientemente, es una cosa
que está por verse, en principio cambió cierta lógica de las campañas
electorales y de la rosca de la política burguesa. La situación actual combina varios
factores: el fin de ciclo político del kirchnerismo (por la imposibilidad de
reelección de Cristina), la posibilidad de las PASO para dirimir las
candidaturas y un agotamiento económico, que la eventualidad de créditos puede
enlentecer, pero no revertir.
La estrategia de retirada del
gobierno empieza por limitar el despliegue de Scioli con dos objetivos: que no se convierta en candidato “natural” y por lo tanto deje a Cristina en situación
de “pato rengo”; y además poder imponerle condiciones, con una especie de maltrecha “teoría
del cerco” al revés y a futuro. Imaginan, -como un posible escenario si hay que
resignarse al ex - motonauta-, un gobierno Scioli rodeado y condicionado por un
vice, un gobernador de la provincia de Buenos Aires y otros gobernadores que mantengan fidelidad, un fuerte bloque en diputados, funcionarios en cargos judiciales,
imposición de ministros etc.
La largada de Randazzo, Domínguez,
Rossi, Uribarri, A. Fernández et al, tiene este objetivo marketinero de
mantener en la escena y con el título de “presidenciables” a referentes que el
único mérito que tienen es no poseer poder propio y depender de la conducción
de Cristina. El “tipo ideal” original de esta estrategia era Boudou, cuya
carencia de poder y atributos propios tendía al absoluto, en relación
inversamente proporcional a la acumulación de causas judiciales.
En ese marco, la posibilidad de
Randazzo como gobernador de la provincia de Buenos Aires, es una de las
opciones. La más “audaz” es la concentración en un candidato que efectivamente
compita con Scioli, como una muestra de que no todo el apoyo electoral que pueda
tener el FPV-PJ pertenece a Scioli, aunque el riesgo es que se haga evidente
que efectivamente es la mayoría, y que el cristinismo “puro” se acerque a la
competencia con el FIT. Si se miran las encuestas hoy (descontando el
porcentaje que tienen de “operaciones”), la intención de votos de aquellos que
apoyan a la coalición oficial, aumenta de manera proporcional a la “sciolización”
(es decir, a la des-kirchnerización) del candidato. Randazzo, saliendo a
apretar primero a los trabajadores ferroviarios y después a pibes que hacen
dibujos en los trenes. El problema es que cuánto más se desliza hacia allí, corre
riesgo de chocarse en la “franja de Massa” (que comparte con Scioli) y para eso
ya está el original. Los candidatos del cartaabiertismo, como Rossi o
Uribarri, no mueven el amperímetro, lo que demuestra el default de la “batalla
cultural”, esencialmente porque la “batalla material”, ya está perdida hace
rato y por goleada, con la expropiación de todo el programa económico y
político de la oposición de derecha por parte del gobierno, que se coronó en
París con el “nacionalismo importado de pagadores seriales”.
El interrogante que surge
inmediatamente es si podrá el kirchnerismo mantener su corriente política fuera
del poder y del gobierno o si se impondrá la misma lógica de hierro que siempre
primó en el peronismo: aquella que pública y diplomáticamente se presenta como “el que
gana conduce y el que pierde acompaña”, y que en la cruda arena de la
política fáctica se traduce a: “al que gana se subordinan todos y el que pierde se jode”.
En la oposición, Massa encabeza
las encuestas, aunque todavía no tiene definido el armado territorial y
nacional, es decir referentes locales que hacen también a la capacidad de
aglutinar votos, sobre todo en elecciones ejecutivas. El massismo aspira a que
si “el zabeca de Tigre” no consigue sparring, la elección se “lea” y
se arme la lista de ganadores de la “foto”, de acuerdo a los candidatos y no a
la suma de las coaliciones. Pero queda un año, sin haber logrado “garrochismos”
mayores, ni extensión nacional.
Macri tiene el mismo problema,
pero con unos cuántos votos menos y la fauna del Faunen, también tiene que
definir sus candidatos (Cobos se lanzó y el único que fue a verlo fue "Pino" Solanas) y tiene un problema nada más y nada menos que en la provincia de
Buenos Aires, el tiempo pasa y no se resuelve. La traducción de la estrategia
triunfante del UNEN en CABA el año pasado, no es mecánica a una elección
nacional y ejecutiva. Además, están seriamente reñidos con la coherencia. Ante el acuerdo
de París, el radical Sanz declaró “es una buena noticia, un gesto en el
camino correcto, para que la Argentina retome la normalidad”; mientras que “Pino”
Solanas en simultáneo afirmaba “está violando la constitución y el Código Civil
que prohíbe negociar acuerdos que surjan de actos ilícitos”.
Dos datos políticos de todo el
cambalache. Hasta ahora en las encuestas ninguno, ni el mejor ubicado, supera
el 30% ¿fortalecerán las PASO a los ganadores o migrarán a una dispersión
posterior de los votos? Y todas las alternativas posibles se deslizan hacia la
derecha, con la excepción, haciendo mucha fuerza, por el cierto perfil que pretenden
endosarle, de Binner, por su pertenencia eh... “socialista”.
Una arquitectura electoral no
resuelve necesariamente las debilidades de un régimen que tiene su fundamento
en las contradicciones sociales. Las tendencias al bonapartismo, que se
manifiestan en el presidencialismo argentino, y en el “caudillismo” del peronismo
(que muchas veces es partido y régimen), tienen sus raíces en las relaciones de
fuerzas de las clases fundamentales. Por lo tanto el aporte histórico (si es
que eso es posible) del mecanismo de las PASO a una armonización del régimen
político, aún no ha pasado la prueba.
Kirchnerismo y clases (u otra
clase de kirchnerismo)
Como afirmamos más arriba, el ajuste
no se detiene por la posibilidad de algunos dólares de endeudamiento nuevo por
el acuerdo de París, su continuidad fue la condición de posibilidad del mismo y es necesario para que se
hagan efectivos los préstamos o inversiones.
En ese marco, la nueva base social
de clases en la que el kirchnerismo pretende apoyarse para administrar su retirada hacia el 2015 se
reduce al gran empresariado, los bancos y la oligarquía (a los que les dio la
devaluación y el ajuste), ahora el capital financiero internacional (con los
que “normaliza”); y, por otro lado, a los sectores más pobres, a los que
apuntaron las últimas limitadas medidas (aumento de las AUH, ley pro-patronal para
el “blanqueo” etc.).
El resto, la gran masa de trabajadores
sindicalizados son, bajo el prisma del frepasismo kirchnerista, parte de la
clase media angurrienta, que ya tuvo demasiado y que es hora de que “redistribuya
su riqueza”. La situación impone que a los poderosos no se le puede sacar, por
lo tanto hasta acá llegó la redistribución de la riqueza, ahora empieza la
redistrubución de la pobreza.
Pero la Argentina no es Venezuela
(donde de todos modos el “modelo” tampoco está funcionando de maravillas) y se
puede gobernar con los sindicatos, incluso sin los sindicatos, pero no contra
los sindicatos. Y cuando hablamos de sindicatos, nos referimos a la clase
obrera, no a la casta que usurpa sus organizaciones. Si pretenden imponer otra
hegemonía deberán derrotar estratégicamente (como Menem, como Thatcher o Reagan)
al movimiento obrero. Pese a los esfuerzos del fallecido Laclau, la hegemonía no puede articularse
alrededor de un significante vacío a llenar por cualquier alianza. El movimiento obrero siempre
fue un imponderable, un obstáculo epistemológico para el kirchnerismo, especialmente
en su etapa cristinista. Por lo tanto, la “catástrofe” (si no viene en lo
inmediato por el estallido de la economía), puede emerger "sorpresivamente" por
el lado del movimiento obrero. Si hasta ahora no se desarrolla esa
potencialidad es por el esfuerzo en la administración de la contención que hace la
burocracia sindical. Pero cuando aparecen los 20N o los 10A, el kirchnerismo
queda pedaleando en el aire, preguntando que pasó y ofuscándose con Moyano, por
el desprecio de los obreros.
Las gestas que anuncia Gestamp y la
izquierda radical
Sin embargo, la gesta de los despedidos de Gestamp, por lo que ya hizo (paralizó a varias terminales, obligó al gobernador y al jefe de ministros a reunirse de urgencia), es sintomática por lo que anuncia, más allá de su resultado en condiciones difíciles (que está en momentos decisivos).
En los intersticios y las grietas todavía abiertas de un régimen político que implosionó en el 2001, se recuperó “bonapartistamente”, es decir, sin recuperarse del todo; se desarrolló electoralmente el Frente de Izquierda en todo el país, con expresiones amplias en provincias como Mendoza o Salta, acompañando la experiencia política con el mismo. Y la suma de debilidades que todavía son las alternativas del fin de ciclo, le imponen la urgencia de salir a postularse también en ese terreno.
Pero también en los eslabones débiles de la cadena de contención de la burocracia sindical (dividida como nunca históricamente, un aporte involuntario del kirchnerismo a la izquierda radical), toma posiciones y “trincheras”, para el sindicalismo combativo y donde al inicio de la crisis surgen enérgicas resistencias (la nombrada Gestamp, la autopartista Valeo de Córdoba, que también llegó a paralizar a las terminales o la alimenticia Calsa en la zona sur del GBA, son solo ejemplos relevantes). Los dueños del país y sus representantes políticos, deberían ser conscientes que enfrentan en esta ocasión no a una izquierda reformista (como la desarrollada en los sesenta y setenta, incluyendo al "reformismo armado"), ni a las debilidades con las que llegó a los fines de ciclo alfonsinista o menemista (por razones diversas de relaciones de fuerzas “objetivas” y prácticas políticas propias), sino a una izquierda con la disposición al combate, bajo una perspectiva hegemónica, la ambición y los métodos para buscar hacerse del mando.
Tienen que hacer un esfuerzo para que CSC y el E de Atlanta trabajen juntos
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