Menemismo y kirchnerismo, fines de ciclo y lucha de clases
El libro de Adrián Piva (AP), "Acumulación y hegemonía en la Argentina menemista", brinda varios elementos históricos y teóricos útiles para pensar los posibles escenarios del fin de ciclo kirchnerista, comparado con los años de la decadencia del menemismo.
El marco teórico de Piva es un marxismo gramsciano donde el concepto de "hegemonía" es central para pensar los momentos de crisis y reconstitución del poder político y los regímenes de acumulación. En este trabajo en particular intenta dar una explicación a la emergencia y caída de la hegemonía menemista. Con los límites y problemas teóricos que pueden traer los múltiples usos del concepto de "hegemonía", su trabajo es útil para reflexionar sobre el periodo y sobre todo para pensar las convergencias y divergencias con la actualidad.
Primero algunas definiciones: para AP la menemista fue una "hegemonía débil", basada en un "consenso negativo". Con esto quiere decir que la génesis del consenso menemista estaba en un elemento de coerción: la hiperinflación. La impotencia del movimiento obrero y la estrategia vandorista de su dirección para responder a la hiperinflación en los últimos años del alfonsinismo, permitieron que actuara como factor disciplinador. A este elemento se le fueron agregando a lo largo de la década la desocupación y la fragmentación de la clase trabajadora, como otros elementos coercitivos que facilitaron el consenso negativo a la estabilidad neoliberal.
Un poco más teóricamente, AP relativiza la oposición binaria entre consenso (adhesión voluntaria) y coerción (imposición por la fuerza o la represión), para relacionar estas dos categorías en un análisis más complejo que define mejor la formas que adoptó la dominación capitalista en la democracia argentina. El significado más amplio que AP le da a la coerción, extendiéndola a factores económicos puede compararse con el matiz que introduce Perry Anderson, terciando con el concepto de "coacción", como un elemento actuante y generalizado en las democracias modernas, mediando entre los polos de coerción y consenso.
Volviendo a la historia del menemato, esos tres elementos disciplinantes (hiperinflación, desocupación y fragmentación obrera) facilitaron el consenso negativo. Aunque fueron necesarias derrotas estratégicas entre las que AP ubica a la de los telefónicos y los ferroviarios como las derrotas "testigo". O sea, entre coerción/coacción y consenso, media también como elemento fundante la relación de fuerzas.
El "Santiagazo" dio el inicio a un primer ciclo de revueltas provinciales (Cutral Có, Jujuy). Según AP hasta el año 1997 el estado nacional tuvo la capacidad de circunscribir estas protestas a los ámbitos provinciales y evitar su nacionalización. No fue así con los conflictos de la segunda "ronda" de protestas que lograron una mayor nacionalización, golpeando en los centros urbanos (donde había movilizaciones contra la represión) y donde se impone una mayor actividad de los sindicatos (segundo Cutralcazo, segundo Jujeñazo o Gral Mosconi).
La decadencia menemista se manifiesta en el surgimiento de una amplia oposición social por "las consecuencias sociales del modelo" (aunque su impugnación total vino unos años más tarde) y por el rechazo a la represión. Los docentes en general y, una vez más, con la vanguardia de los nucleados en ATEN (Neuquén) en particular, actuaron como caja de resonancia del pase a la oposición de amplios "sectores medios", base de sustentación central de cualquier democracia, así como también de fracciones del movimiento obrero. AP reconoce la "proletarización" del gremio docente, pero sin embargo ubica a los docentes dentro de lo que llama una categoría "socio-cultural", los sectores medios, que sin negar las determinaciones clasistas, creemos útil para pensar las respuestas políticas o acciones de sectores o fracciones de clases, en determinadas circunstancias.
La ilusión aliancista permite por un momento volver a marginar los conflictos a los ámbitos provinciales. Recordemos que uno de los eslabones débiles del plan económico eran las provincias por las exigencias permanentes de ajuste fiscal, desde los organismos internacionales al país, y desde el estado nacional a las provincias.
AP hace una permanente relación entre la capacidad de "metabolizar" los conflictos, esencialmente evitando su nacionalización y su gravitación sobre los grandes centros urbanos y sobre los sectores medios, como expresión de la capacidad del estado de mantener (o no) su hegemonía. Luego la historia sigue con las jornadas del 2001 en las que la clase obrera no interviene como clase y el resto es más o menos conocido.
Tomando estos elementos se puede pensar que tipo de consenso fue/es el kirchnerista. Evidentemente su aspecto de "consenso negativo" fue el factor coercitivo/coaccional de la hiperdesocupación. Aunque pasado el tiempo este factor se fue debilitando. Se sostiene la división estructural de las filas obreras. Pero no mediaron durante todos estos años derrotas significativas, sino más bien todo lo contrario, ya que se partía de un piso muy bajo. Si durante el menemismo la clase obrera retrocedía en fuerza estructural y, sobre todo, en subjetividad, lo que marcó las formas de la lucha de clases en el desenlace del 2001; en la última década la reestrucruración social y, sobre todo, la subjetividad fueron en ascenso (aunque no se hayan revertido muchas condiciones). El consenso kirchnerista estuvo basado no en las derrotas, sino en las posibilidades que la "fortuna" de un crecimiento económico (asentado también en la "virtud" del trabajo sucio del duhaldismo y la devaluación) le dieron al kirchnerismo para desarrollar su "modelo".
En la actualidad estamos viviendo un momento de crisis de la hegemonía kirchnerista. Hay un empeoramiento paulatino y comienzan a verse "las (malas) consecuencias sociales del modelo", a partir de lo que llamamos el "fin del nunca menos". Sin embargo no llega todavía a una "impugnación total". El discurso de la "no represión" fue un elemento en que se basó el gobierno para lograr reconstituir la autoridad estatal. Pese a que ese relato es falso, porque hubo represiones para todos y todas, la realidad es que para el estado burgués una reconstitución que se base en un discurso que niegue el libre uso del monopolio de la violencia, es una contradicción, que se suma a la más histórica de la crisis de las FFAA desde la dictadura.
Nuevamente los y las docentes, con la crisis de la burocracia, recuperación de seccionales y huelgas, adelantan el malestar como "caja de resonancia" de los "sectores medios" y de franjas del movimiento obrero (no pocos de ellos se autoperciben como "sectores medios"). Los cacerolazos, haciendo un análisis objetivo, y partiendo de la delimitación que ya hicimos del programa y la políticas de quienes le imponen su impronta, son también parte de esta crisis del consenso kirchnerista. Sin embargo, siguiendo esta lógica, la no gravitación nacional de los conflictos, como la reciente dura huelga de Neuquén o la de provincia de BsAs, muestran todavía los límites de la situación. Por supuesto que en esto, la primera responsabilidad es de la burocracia sindical, pero no menos pérfido era el rol hacia el fin del menemato.
Lo que queremos plantear son los límites entre disidencia, descontento y radicalización.
El paro del 20N mostró la generalización del descontento obrero. A su vez la forma de pronunciamiento nacional mostró también los límites que todavía existen en la disposición a la lucha de clases que es mas o menos directamente proporcional a los ataques. Estos ataques todavía se dan mediados (impuesto a salario, inflación no descontrolada, tarifazos), pero está inscripto en la dinámica que tienen necesariamente que pasar a una "fase superior", por las contradicciones cada vez más agudas del "modelo".
Por último, la respuesta obrera al fin de ciclo menemista estuvo determinada por las debilidades estructurales e históricas de la clase obrera, como (y esto es la principal debilidad del análisis de AP) por los límites de las estrategias de las direcciones que se revindicaban de izquierda combativa.
Lo interesante que nos hizo repensar/recordar el trabajo, es que el movimiento de desocupados no estaba condenado a la clientelización determinada trágicamente por su condición estructural. En su inicio, como fracción de la clase obrera y alrededor de la consigna de "trabajo genuino", tuvo capacidad de "universalizar" su reclamo particular (hegemonía) y lograr una alianza social que llegó hasta ser eje de puebladas. En Mosconi se llegó a una fuerte alianza entre ocupados y desocupados y en el segundo Cutralcazo a una avanzada organización asamblearia con rotatividad.
Las potencialidades "universalisantes" del movimiento de desocupados, como fracción de la clase obrera, fueron inversamente proporcionales a su clientelización (a la que aportó gran parte de la izquierda argentina). La CCC que era la organización combativa más extendida, dirigida por la estrategia de su partido, el PCR, se jugó a las "multisectoriales" y a la capitulación a las burocracias sindicales.
Una estrategia, que obviamente hubiese necesitado de una fuerza política más o menos nacional y con fuerza militante, que basada en la independencia de clase, buscara la unidad con los trabajadores ocupados, hubiese permitido potenciar esa capacidad hegemónica. Recordemos que en el 2000 se llegó imponer a todas las centrales el paro de 36 horas, marcando la intervención de los trabajadores ocupados, que luego fue contenida quirúrgicamente en diciembre del 2001, donde los protagonistas fueron los "sectores medios", precedidos por los saqueos se los más pobres. Como a lo largo de todos los momentos de crisis de la historia nacional la discordancia de los tiempos en la intervención de las distintas clases sociales o de sus fraccciones, fueron la causa de las derrotas. La organización de la vanguardia (en partido) está justamente para mantener y conquistar posiciones de avanzada y preparar una estrategia que permita la concordancia y aporte a la nacionalización de resistencia, ya que siempre se parte de la defensa, y que siente las bases y en parte cree las condiciones para la ofensiva.
Todo esto plantea el desafío de pensar la estrategia para el fin de ciclo kirchnerista que está anunciado en la crisis del "modelo", el inicio de escisión entre los trabajadores y la ruptura más avanzada entre los "sectores medios". Además de qué, por ahora, no se divisa una "salida aliancista", por la debilidad de la oposición burguesa.
El movimiento obrero parte una mejor situación social y subjetiva; y con una izquierda no reformista con posiciones conquistadas en fracciones de la vanguardia y cierto peso político nacional. Esto no garantiza nada, aunque es un buen punto de partida. Pero el más o menos lento (hasta ahora) declinar del kirchnerismo, no sólo plantea la oportunidad, sino que obliga a una mayor acumulación de fuerza militante y una preparación estratégica si pretendemos jugar un rol histórico en los interesantes tiempos que se avecinan.
En los fines de ciclo, que tienen como consecuencia lógica la agudización de la lucha de clases, el mayor crimen que no se puede cometer es estar insuficientemente preparado en fuerza militante o en disposición estratégica para jugar un rol decisivo. Las lecciones del último momento agudo de laberíntica lucha de clases al fin del menemismo ratifican esta lección histórica. Si pasaremos la prueba en este nuevo momento histórico que se anuncia, es una cuestión que depende de nuestra propia práctica.
En la actualidad estamos viviendo un momento de crisis de la hegemonía kirchnerista. Hay un empeoramiento paulatino y comienzan a verse "las (malas) consecuencias sociales del modelo", a partir de lo que llamamos el "fin del nunca menos". Sin embargo no llega todavía a una "impugnación total". El discurso de la "no represión" fue un elemento en que se basó el gobierno para lograr reconstituir la autoridad estatal. Pese a que ese relato es falso, porque hubo represiones para todos y todas, la realidad es que para el estado burgués una reconstitución que se base en un discurso que niegue el libre uso del monopolio de la violencia, es una contradicción, que se suma a la más histórica de la crisis de las FFAA desde la dictadura.
Nuevamente los y las docentes, con la crisis de la burocracia, recuperación de seccionales y huelgas, adelantan el malestar como "caja de resonancia" de los "sectores medios" y de franjas del movimiento obrero (no pocos de ellos se autoperciben como "sectores medios"). Los cacerolazos, haciendo un análisis objetivo, y partiendo de la delimitación que ya hicimos del programa y la políticas de quienes le imponen su impronta, son también parte de esta crisis del consenso kirchnerista. Sin embargo, siguiendo esta lógica, la no gravitación nacional de los conflictos, como la reciente dura huelga de Neuquén o la de provincia de BsAs, muestran todavía los límites de la situación. Por supuesto que en esto, la primera responsabilidad es de la burocracia sindical, pero no menos pérfido era el rol hacia el fin del menemato.
Lo que queremos plantear son los límites entre disidencia, descontento y radicalización.
El paro del 20N mostró la generalización del descontento obrero. A su vez la forma de pronunciamiento nacional mostró también los límites que todavía existen en la disposición a la lucha de clases que es mas o menos directamente proporcional a los ataques. Estos ataques todavía se dan mediados (impuesto a salario, inflación no descontrolada, tarifazos), pero está inscripto en la dinámica que tienen necesariamente que pasar a una "fase superior", por las contradicciones cada vez más agudas del "modelo".
Por último, la respuesta obrera al fin de ciclo menemista estuvo determinada por las debilidades estructurales e históricas de la clase obrera, como (y esto es la principal debilidad del análisis de AP) por los límites de las estrategias de las direcciones que se revindicaban de izquierda combativa.
Lo interesante que nos hizo repensar/recordar el trabajo, es que el movimiento de desocupados no estaba condenado a la clientelización determinada trágicamente por su condición estructural. En su inicio, como fracción de la clase obrera y alrededor de la consigna de "trabajo genuino", tuvo capacidad de "universalizar" su reclamo particular (hegemonía) y lograr una alianza social que llegó hasta ser eje de puebladas. En Mosconi se llegó a una fuerte alianza entre ocupados y desocupados y en el segundo Cutralcazo a una avanzada organización asamblearia con rotatividad.
Las potencialidades "universalisantes" del movimiento de desocupados, como fracción de la clase obrera, fueron inversamente proporcionales a su clientelización (a la que aportó gran parte de la izquierda argentina). La CCC que era la organización combativa más extendida, dirigida por la estrategia de su partido, el PCR, se jugó a las "multisectoriales" y a la capitulación a las burocracias sindicales.
Una estrategia, que obviamente hubiese necesitado de una fuerza política más o menos nacional y con fuerza militante, que basada en la independencia de clase, buscara la unidad con los trabajadores ocupados, hubiese permitido potenciar esa capacidad hegemónica. Recordemos que en el 2000 se llegó imponer a todas las centrales el paro de 36 horas, marcando la intervención de los trabajadores ocupados, que luego fue contenida quirúrgicamente en diciembre del 2001, donde los protagonistas fueron los "sectores medios", precedidos por los saqueos se los más pobres. Como a lo largo de todos los momentos de crisis de la historia nacional la discordancia de los tiempos en la intervención de las distintas clases sociales o de sus fraccciones, fueron la causa de las derrotas. La organización de la vanguardia (en partido) está justamente para mantener y conquistar posiciones de avanzada y preparar una estrategia que permita la concordancia y aporte a la nacionalización de resistencia, ya que siempre se parte de la defensa, y que siente las bases y en parte cree las condiciones para la ofensiva.
Todo esto plantea el desafío de pensar la estrategia para el fin de ciclo kirchnerista que está anunciado en la crisis del "modelo", el inicio de escisión entre los trabajadores y la ruptura más avanzada entre los "sectores medios". Además de qué, por ahora, no se divisa una "salida aliancista", por la debilidad de la oposición burguesa.
El movimiento obrero parte una mejor situación social y subjetiva; y con una izquierda no reformista con posiciones conquistadas en fracciones de la vanguardia y cierto peso político nacional. Esto no garantiza nada, aunque es un buen punto de partida. Pero el más o menos lento (hasta ahora) declinar del kirchnerismo, no sólo plantea la oportunidad, sino que obliga a una mayor acumulación de fuerza militante y una preparación estratégica si pretendemos jugar un rol histórico en los interesantes tiempos que se avecinan.
En los fines de ciclo, que tienen como consecuencia lógica la agudización de la lucha de clases, el mayor crimen que no se puede cometer es estar insuficientemente preparado en fuerza militante o en disposición estratégica para jugar un rol decisivo. Las lecciones del último momento agudo de laberíntica lucha de clases al fin del menemismo ratifican esta lección histórica. Si pasaremos la prueba en este nuevo momento histórico que se anuncia, es una cuestión que depende de nuestra propia práctica.
Muy interesante aunque dudo sinceramente que alguna vez puedan hacer la revolución que sueñan. Vivimos en Argentina, no se olviden.
ResponderEliminarPersonalmente deseo que no sea el fin de este ciclo, espero sí, que el gobierno redoble la apuesta. De cada crisis siempre salieron victoriosos. A mi el "cuanto peor mejor" no me gusta.
Repito que me pareció muy interesante el artículo. Un saludo. Florencia